Con paso firme y una trayectoria ya notable en el escalafón novilleril, Mario Arruza avanza con ilusión, constancia y la mirada puesta en un sueño: tomar la alternativa. Hablamos con él en plena temporada, en la que suma fechas relevantes y deja claro que su vocación no es fruto de una moda, sino de una pasión profunda y heredada. Este martes, torea en Villaseca de la Sagra.
– En primer lugar, ¿cómo nace tu vocación taurina y la idea de querer ser torero?
Mi vocación nace de la afición de mi familia. Desde que tengo memoria, los toros han formado parte de mi vida. Ser torero es algo que siempre ha estado presente en mí, pero el momento exacto en el que supe que ese era mi camino fue un 31 de mayo de 2011, cuando presencié la salida a hombros del maestro César Jiménez. Aquella imagen me marcó profundamente.
– ¿Cómo fueron tus primeros pasos en este mundo?
Comencé en el CITAR, una etapa muy bonita en la que pude torear muchas novilladas sin picadores. Después vino un momento complicado: no salían fechas, pero aproveché ese tiempo para hacer mucho campo junto al maestro Javier Cortés, algo que me hizo crecer mucho como torero. Gracias a mi sacrificio y al trabajo de mis apoderados, José y Jorge, el año pasado logramos sumar diez novilladas con picadores en ferias importantes como Villaseca, Calasparra, Algemesí o el Circuito de Madrid.
– ¿Tienes referentes claros en el toreo?
No me fijo en un solo torero, me gusta aprender de muchos. Admiro a figuras como Morante de la Puebla, José María Manzanares y, por supuesto, a Antonio Ordóñez, que representa para mí una escuela de pureza y personalidad.
– ¿Dónde sueñas con tomar la alternativa?
Si tengo que elegir, me haría especial ilusión hacerlo en Cuenca, por ser mi tierra, y en Talavera de la Reina, porque uno de mis apoderados es de allí, he pasado mucho tiempo en esa ciudad y es una plaza cargada de historia.